lunes, 31 de diciembre de 2007

EL REINADO DE ISABEL II. LA DÉCADA MODERADA (1844-1854)

LA DÉCADA MODERADA


Tras acceder al trono al adelantarse su mayoría de edad en noviembre de 1843, Isabel II mostró desde un principio su preferencia por los moderados, dejando fuera del juego político al partido progresista. Se abría un largo período de predominio moderado. Los progresistas optaron. o por el retraimiento, negándose a participar en unas consultas electorales claramente amañadas, o por la preparación de pronunciamientos apoyados por insurrecciones populares.

En mayo de 1844 se formó un gabinete presidido por el General Narváez, la gran figura de los moderados. Estas fueron las principales medidas que se adoptaron durante la siguiente década:

-Creación en 1844 de la Guardia Civil, fuerza armada encargada de aplicar la ley y orden esencialmente en el medio rural. Como medida complementaria se suprimió la Milicia Nacional.

-Ley de Ayuntamientos de 1845, que reforzaba el centralismo reservando al gobierno el nombramiento de los alcaldes.

-Reforma del sistema fiscal de 1845, elaborada por Alejandro Mon. Se estableció un nuevo sistema fiscal más racional, eficaz y moderno, que puso fin al enrevesado sistema impositivo del Antiguo Régimen.
-Ley Electoral de 1846 que configura un verdadero régimen oligárquico. Se estableció un sufragio muy restringido que limitó el cuerpo elector al a 97.000 varones mayores de más de 25 años, lo que suponía el 0.8% del total de la población.
-Concordato de 1851. Acuerdo con la Santa Sede por el que el Papa reconoció a Isabel II como reina y aceptó la pérdida de los bienes eclesiásticos ya desamortizados. A cambio el estado español se comprometió a subvencionar a la Iglesia y a entregarla el control de la enseñanza y a encargarla labores de censura.
" El espadón de Loja"

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-Actividad: Busca la biografía de Ramón María Narváez y señala por qué era conocido como el "Espadón de Loja".¿Hubo otros "espadones" en esa misma época?. Señala algún ejemplo destacado.

-La Constitución de 1845
De carácter moderado, se diferencia de la de 1837 en una serie de aspectos esenciales:
Soberanía compartida del Rey y las Cortes. Esto se concreta en un poder legislativo compartido por ambas instituciones y en una clara preeminencia de la Corona en el proceso político.
Confesionalidad del Estado: “La religión de la nación española es la religión católica”.
Recorte de los derechos individuales, especialmente la libertad de expresión.

viernes, 21 de diciembre de 2007

POESIA DE AMOR

LA HISTORIA DE CADA UNO

Hola a todos. Hoy no os quería hablar de Historia. Sólo de mi historia. Que por qué?. Pues porque me apetecía. Hay que tener en cuenta que la historia que enseñamos en el instituto es lo que cuentan los historiadores que pasó, de forma global, a lo largo del tiempo. Pero siempre haciendo referencia a la Política, la Economía , ect. Yo os propongo un trabajo histórico centrado en vuestras personas o familiares más próximos. Sus vivencias, su juventud, madurez, y vejez. Podéis añadir fotos de estos familiares a estos trabajos. Podríamos concretar si el trabajo se centraría en un acontecimiento histórico de nuestra historia.





jueves, 20 de diciembre de 2007

LA HISTORIA DE ESPAÑA CONTADA EN 500 PALABRAS

A ver que os parece este texto de Pascual Tamburri


Tierras y gentes dispares, aunque quizás remanso occidental de una Última Thule. Tierra de aventura para orientales hasta que Roma trajo luz. Escipión desembarcó, y la Urbe dio nombre y ser a Hispania. Tras larga lucha, España fue una, y con Augusto pueblo, razón y corazón.

A la clara serenidad del Imperio sucedió la zozobra de la decadencia, pero en ella llegó Santiago con la Palabra. Trajano y Arcadio desde lo más alto, Dídimo y Veriniano desde las provincias, opusieron su espada al desorden. De la barbarie germana nació un nuevo orden visigodo. Con Leovigildo, una monarquía; con Recaredo, una Iglesia; con Isidoro, una conciencia. Era ya Patria y no provincia.

Julián y Oppas, eternos traidores, vendieron la independencia y la unidad a invasores siempre ajenos. Del pueblo surgió la respuesta, y en lento despliegue de siglos Pelayo, Alfonso, Sancho, Fernando y Jaime reconquistaron la libertad. Una sola España, Portugal, León, Castilla, Navarra, Aragón, reinos que serán regiones, fueros que forjarán Derecho.

Los Trastámara reconstruyeron el orden gótico de unidad e independencia sobre la hispana variedad. Isabel y Fernando renovaron la esperanza y expulsaron las conciencias extranjeras. Ágiles infantes imperaron en Europa, Colón llevó las velas por doquier, Cortés y Pizarro: para Carlos, un monarca, un Imperio y una espada.

Desde Thomar, Felipe el Grande reinó en toda España, como nunca desde Rodrigo. Mercaderes ingleses y racionales franceses empujaron después la decadencia, amarga pero digna. Una herida se abrió: Portugal, sin dejar de ser, se hizo Estado. El Imperio menguó y reyes capetos medraron. ¿Eran las Luces -progreso, materia, razón, individuo- la solución?

Tras Felipe y sus hijos ningún Borbón ha nacido y permanecido en España. Ésta, y su Corona, fue tratada como privilegio de una familia. Abandonada en el fango de Bayona, la soberanía fue tomada por un pueblo indómito y hecha en Cádiz Nación y Constitución. ¿Había acaso otro camino?

De Cádiz a Cuba y al Ebro, España fue Estado y ya Nación, pero vivió ensimismada. La querella liberal convirtió el Atlántico en foso y excavó trincheras en la conciencia de las gentes. Lejos de mirar al mundo con ambición, los españoles se miraron con odio, en disputa de ideologías contrapuestas.

Durante dos siglos Europa se acostumbró a la ausencia de España. Sembradores de cizaña predicaron secesión en las regiones. Egoísmo en unos, mentiroso odio de patria en otros. División de los espíritus, lucha de clases y miseria moral antes que material: corrupción, dolor, desorden. El Estado perdió la paz y la legitimidad. Media España recogió el poder de la calle y luchó por él contra la otra media. Franco, vencedor en la sangre, impuso el orden y creó nueva riqueza, pero no quiso resolver las grandes cuestiones seculares.

Juan Carlos hizo verdad la previsión de Serrano Súñer, pues España, para seguir siendo, no puede huir de lo que Europa vive, ayer disciplina totalitaria, hoy libertad democrática. Antes que Estado y Nación, un pueblo, una libertad, una Patria; una fecunda variedad en la unidad. Mañana, Dios proveerá.

(Publicado en el nº 140 de la revista Razón Española.)

miércoles, 19 de diciembre de 2007

DESPEDIDA , PERO NO CIERRE

Un saludo a todos: disculpad las faltas de ortografía en la anterior entrada ( la de los ejercicios ) pero las prisas y la falta de experiencia en la creación de este tipo de herramientas me han llevado a ello . Vuelvo a pedir disculpas. Supongo que sabréis entender estos errores de un principiante.

Esta entrada también me sirve de despedida. Salvo que lo remedie algo o alguien ( cosa que creo bastante poco probable), parece ser que el sustituto ( en este caso yo) va a ser reemplazado por el sustituido( en este caso vuestra anterior profesora). Sólo quisiera deciros que ya no tenéis que hacer las actividades ( que descanso para vosotros, seguro que alguno lo ha pensado) y que han sido casi 3 meses en los que he disfrutado en vuestra compañía y , de verdad, he aprendido muchas cosas interesantes junto a vosotros. Salvo que nadie lo remedie, vuelvo a estar en paro hasta próximo aviso( de Consellería, se entiende). Disculpad si me expreso con excesiva petulancia, pero es que soy profesor y , al menos, debo guardar las formas. La vida es así , que le vamos a hacer.

Vuelvo a repetir que la experiencia ha sido muy positiva para mi ( espero que también para vosotros y que sepáis más cosas que al principio). Lo único que me puede consolar en esta hora un pelín triste es pensar que habéis aprendido alguna cosa ( de geografía, de historia de España y de historia del arte). Me doy más que satisfecho con ello, aunque no haya podido aprobar a todos. Lo siento.
Seguid así, y con un poco de esfuerzo, conseguiréis alcanzar vuestra meta. Un saludo y quedo a disposición del que quiera a través de mi correo electrónico. Ah, por cierto. No cierro el blog y seguiré escribiendo cosas de historia de nuestro país. Espero que os guste.

martes, 11 de diciembre de 2007

La identificación de liberales y seguidores de la Regente

Ante la minoría de edad de Isabel, María Cristina de Borbón asumió la Regencia a la muerte de su marido Fernando VII en 1833. Pese a que la Regente no se identificaba con su ideario, los liberales se configuraron como la única fuerza capaz de mantenerla en el trono. Así, Maria Cristina llamó a Martínez de la Rosa, un liberal moderado, a formar un gobierno que hiciera frente a la insurrección carlista. Martínez de la Rosa emprendió una serie de reformas muy moderadas. Entre ellas destacó el Estatuto Real en 1834.

Se trata de una Carta Otorgada, concedida por la voluntad de la Regente, en la que se conceden algunas reformas:

Se establecieron unas Cortes bicamerales formadas por la Cámara de Próceres, constituida por los Grandes de España y otros designados de forma vitalicia por el monarca, y la Cámara de Procuradores, elegida mediante un sufragio censitario muy restringido. Solo los varones de más de treinta años que poseyeran una renta superior a doce mil reales anuales tenían derecho de voto.

Estas Cámaras tenían funciones muy limitadas. El monarca mantenía importantes poderes: podía convocar y suspender Cortes cuando quisiera y cualquier ley, además de la aprobación de las Cámaras necesitaba el consentimiento del rey (derecho de veto).



La escisión de los liberales

La insuficiencia de las reformas de Martínez de la Rosa, en un contexto de guerra civil contra los carlistas, llevó a que los liberales terminaran por escindirse en dos grupos: moderados y progresistas. La guerra civil culminó la división del liberalismo español, iniciada en el Trienio Liberal.

Los liberales progresistas, antiguos exaltados, mantendrán hasta 1868 el siguiente ideario:

  • Limitación del poder de la Corona

  • Ampliación del sistema de libertades

  • Defensores de reformas radicales como la desamortización de los bienes eclesiásticos y de los ayuntamientos.

  • Ampliación del cuerpo electoral. Defienden un voto censitario más amplio.

  • Elección popular de alcaldes y concejales en los ayuntamientos.

  • Liberalismo económico y reducción de la protección arancelaria.

  • Constitución de un cuerpo armado, la Milicia Nacional, como garante de las libertades.

Los progresistas concentraron su apoyo social en las clases medias urbanas: artesanos, tenderos, empleados...

Sus principales dirigentes fueron Espartero, Mendizábal, Madoz, Olózaga y Prim.

A lo largo del reinado de Isabel II y la regencia de su madre María Cristina solo estuvieron en el poder durante breves períodos: 1835-1844 y 1854-56 (Bienio progresista). La mejor concreción de su programa fue la Constitución de 1837.

Hacia 1849 sufrieron una escisión por su izquierda, naciendo el Partido Demócrata. Que defendían el sufragio universal, la asistencia social estatal y una amplia libertad de asociación.

Los liberales moderados, antiguos doceañistas en el Trienio, plantearon un programa mucho más conservador:

  • Orden y autoridad fuerte: fortalecimiento del poder del rey y restricción de las libertades.

  • Rechazo de las reformas que pusieran en cuestión sus propiedades, veían el exceso de libertad como un peligro al poder ser utilizada por las clases populares. No obstante, tras las desamortizaciones realizadas por los progresistas, no trataron de devolver sus propiedades al clero o a los ayuntamientos.

  • Sufragio censitario restringido.

  • Designación de los ayuntamientos por el gobierno central.

  • Supresión de la Milicia Nacional.

Este programa se concretó en la Constitución de 1845, Ley de Ayuntamientos de 1845 y Ley Electoral de 1846.
Su apoyo social residía en las clases altas del país: terratenientes, grandes industriales, burguesía financiera y comercial.
Sus principales dirigentes fueron Martínez de la Rosa, el general Narváez y Alejandro Mon.

La Constitución de 1837

En contexto de guerra civil, tuvo lugar en 1836 la "Sargentada de la Granja". Los sargentos de la Guardia Real obligaron a la Reina Regente que descansaba en el palacio de la Granja a suspender el Estatuto Real y proclamar la Constitución de 1812.

María Cristina tuvo que llamar a los progresistas al poder con Mendizábal. Una vez en el gobierno, dándose cuenta de que la Constitución de 1812 era inaceptable para los moderados, iniciaron un proceso de reforma de la Constitución de Cádiz, buscando el compromiso con los moderados mediante una serie de concesiones.

El nuevo texto constitucional tuvo las siguientes características:

  • Se establecía, sin lugar a dudas, el principio de la soberanía nacional.

  • El Estado se organizaba siguiendo la división de poderes:

    • Cortes bicamerales: Congreso de los Diputados y Senado

    • Todas las leyes aprobadas por ambas cámaras

    • El Senado nombrado por el rey, tras elección de una terna por el cuerpo electoral.

    • Poder ejecutivo: el Rey.

    • Otros poderes del monarca:

      • Iniciativa legislativa.

      • Veto ilimitado

      • El rey designaba a senadores y nombramiento de ministros. Los ministros debía conseguir la “doble confianza”, además de ser nombrados por el rey debían ser aceptados por las Cortes.

      • En caso de desacuerdo, el rey podía adoptar la disolución de las Cortes.

  • Se recogían diferentes derechos individuales y libertad de imprenta.

  • No se prohibían otras religiones. El Estado se comprometía a subvencionar al clero expropiado con las desamortizaciones.


En 1837, fuera de la Constitución que no determinaba el tipo de sufragio, se aprobó una ley electoral que estableció el voto censitario masculino. Tenían derecho de voto:

  • Los mayores contribuyentes (cuota impositiva mínima directa)

  • Varones de determinado nivel intelectual: miembros de las Reales Academias, profesores de la enseñanza pública, doctores, licenciados, curas párrocos (“capacidades”)

En total unos 240.000 varones de más de 25 años 1/58 de la población… aún así, el fraude electoral era la norma

La caída de María Cristina y el rápido fracaso de la regencia de Espartero

La oposición de la Regente a la Ley de Ayuntamientos de 1840 (elección alcaldes y concejales) , unido a diversos problemas ligados a la vida privada María Cristina la forzaron a renunciar y a marchar fuera del país. En su ausencia se nombró a un nuevo Regente: el General Espartero (1841-1843).

Durante su corta regencia, se aceleró la desamortización de los bienes eclesiásticos y se recortaron los fueros vasco-navarros.

La firma de un acuerdo librecambista con Inglaterra engendró grandes protestas en Barcelona que fueron duramente reprimidas. El bombardeo de la ciudad llevó a que Espartero perdiera todo su popularidad, incluso entre los propios progresistas.

Finalmente, una sublevación militar organizada por los moderados, a la que se unieron algunos progresistas, precipitó el fin de la Regencia de Espartero. Para salir del impasse político en el que se hallaba el país, las nuevas autoridades aceleraron, pese a tener solo catorce años, la coronación como reina de Isabel II.

viernes, 7 de diciembre de 2007

La oposición al sistema liberal: las Guerras Carlistas. La cuestión foral

Aquí os dejo una ficha para elaborar ejes cronológicos. Deberéis realizar uno por cada tema del temario como actividad complementaria.








El problema sucesorio


En los últimos años de la vida de Fernando VII, en octubre 1830, nació Isabel de Borbón. Finalmente el rey había conseguido tener descendencia con su cuarta esposa, Maria Cristina de Borbón. Unos meses antes del parto, en previsión de que el recién nacido no fuera varón, el rey aprobó la Pragmática Sanción por la que se abolía la Ley Sálica de 1713 que excluía del trono a las mujeres. Carlos Mª Isidro, hermano del rey y hasta ese momento su sucesor, vio cerrado su camino al trono. Carlos no aceptó los derechos de su sobrina al trono.

La guerra civil (1833-1839)

Inmediatamente después de conocerse la muerte de Fernando VII, en septiembre de 1833, se iniciaron levantamientos armados a favor del pretendiente Carlos. Comenzaba una larga guerra civil que iba a durar siete años.

El conflicto sucesorio escondía un enfrentamiento que dividió política y socialmente al país.

En el bando isabelino se agruparon las altas jerarquías del ejército, la Iglesia y el estado, y a ellos se unieron los liberales, que vieron en la defensa de los derechos dinásticos de la niña Isabel la posibilidad del triunfo de sus ideales.

En el bando carlista se agruparon todos los que se oponían a la revolución liberal: pequeños nobles rurales, parte del bajo clero y muchos campesinos de determinadas zonas del país, muy influenciados por los sermones de sus párrocos y para los que el liberalismo venía a suponer simplemente un aumento de impuestos.. Todos estos grupos identificaron sus intereses con la defensa de los derechos al trono de Carlos y los ideales que el pretendiente defendía, el absolutismo y el inmovilismo absoluto. Ya durante el reinado de Fernando VII, en torno a Carlos se había agrupado los denominados "apostólicos", núcleo del absolutismo más intransigente.

El carlismo, como pronto se empezó a llamar al movimiento que apoyaba los derechos de Carlos de Borbón, tuvo fuerte influencia en Navarra, País Vasco, zona al norte del Ebro, y el Maestrazgo (Castellón). Esta distribución geográfico debe de contemplarse en el contexto de un conflicto campo-ciudad. En la zona vasco-navarra, Bilbao, Pamplona o San Sebastián fueron liberales a lo largo de todo el conflicto..

El programa ideológico-político del carlismo se podía sintetizar en el lema “Dios, Patria, Fueros, Rey”. Estos son los principales elementos de su programa político:

  • Oposición radical a las reformas liberales. Inmovilismo

  • Defensa de la monarquía absoluta

  • Tradicionalismo católico y defensa de los intereses de la Iglesia

  • Defensa de los fueros vasco-navarros, amenazados por las reformas igualitarias y centralistas de los liberales:

    • Instituciones propias de autogobierno y justicia

    • Exenciones fiscales

    • Exenciones de quintas

La guerra en el terreno bélico tuvo dos grandes personajes: el carlista Zumalacárregui, muerto en el sitio de Bilbao en 1835, y el liberal Espartero. Tras unos primeros años de incierto resultado, a partir de 1837, las derrotas carlistas fueron continuas y Don Carlos terminó huyendo a Francia.

La guerra concluyó con el denominado Convenio o Abrazo de Vergara (1839). Acuerdo firmado por Espartero y Maroto, principal líder carlista tras la muerte de Zumalacárregui. En el acuerdo se reconocieron los grados militares de los que habían luchado en el ejército carlista y se hizo una ambigua promesa de respeto de los fueros vasco-navarros. En realidad, se mantuvieron algunos de los privilegios forales y se eliminaron otros.

La guerra de la independencia y las cortes de Cádiz

¡Liberales, a Cádiz! ¡Viva la Pepa!

Con las primeras luces del 2 de mayo de 1808, un grupo de madrileños tempraneros revoloteaba intranquilo en torno a las puertas del Palacio Real. Estaban allí porque se rumoreaba que el infante Francisco de Paula y su hermana, la reina de Etruria, iban a ser trasladados a Francia contra su voluntad. Dos delatoras carrozas apostadas en la Puerta del Príncipe hacían presagiar lo peor. Al poco, unos soldados franceses franquearon el portón palaciego acompañando a la infanta. Subió cabizbaja y, al relinche de los caballos, el coche salió en estampida por la calle Bailén, aumentando la algarabía en la plaza.


Minutos después, otro grupo de palafreneros bajó con cierto sigilo al infante, que, de camino, se asomó al balcón. La Plaza de Oriente aulló al unísono: "¡Que nos lo llevan! ¡Muerte a los franceses!". La muchedumbre se precipitó sobre los guardias, inaugurando la jornada más heroica de Madrid, la que, después de dos siglos y medio de padecer la Corte, le hizo merecedora del título de capital de España. Comenzaba la Guerra de la Independencia.


Las noticias de la asonada madrileña corrieron por todo el país como la pólvora, encendiendo la mecha de la insurrección. Como el poder central había desaparecido, en pocas semanas se constituyeron juntas provinciales para organizar la resistencia. Aunque parezca mentira, en aquella ocasión todos los españoles se pusieron de acuerdo. No hubo villa, pueblo o aldea que se mostrara impasible. En todas las ciudades se hicieron patrióticas y ardientes proclamas para hacer frente a los invasores. Tras tantos años de concesiones y cobardía, había que poner al pueblo en armas.

En Murcia, por ejemplo, tan crecidos estaban que ampliaron su alcance, haciendo al planeta entero partícipe de sus intenciones: "Sepa el mundo que los murcianos conocen sus deberes y obran según ellos hasta derramar su sangre, por la Religión, por su Soberano y la de sus amados hermanos, todos los españoles".

Los junteros valencianos no fueron menos arrojados: "Cualquiera que sea nuestra suerte, no podrá dejar de admirar la Europa el carácter de una Nación tan leal en el abatimiento que ha soportado por tanto tiempo".

Los franceses no se esperaban una reacción semejante. Napoleón había errado al pensar que los españoles eran tan ineptos y faltos de carácter como sus monarcas. La batalla de Bailén, en la que el ejército napoleónico de Dupont mordió el polvo, le persuadió de que España no era Prusia, ni Austria, ni Italia, ni ninguno de los muchos reinos sobre los que sus generales habían cabalgado triunfalmente. Esto era otra cosa. Pronto se daría cuenta.

Combatir al francés en suelo propio, con los reyes secuestrados en Francia y con el ejército regular hecho trizas, llevó a los junteros provinciales a pensar en la unificación. A finales de septiembre se creó la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, con sede en Aranjuez. La defensa era casi la única orden del día. Lo que quedaba del ejército se dividió en cuatro cuerpos, el de Vascongadas, el de Cataluña, el de Castilla y el de Aragón. Los franceses, sin embargo, no estaban dispuestos a perder España, moribundo paisillo para el que Napoleón tenía otros planes. Para empezar, sofocar la rebelión y, mientras conseguía esto, entregar la corona a su hermano José.

Hace un par de siglos la Corona de España no era ninguna broma. A pesar de que el reinado de Carlos IV había dejado la Hacienda y la Marina hechas unos zorros, la monarquía española seguía tutelando un imperio ultramarino que quitaba el hipo: el mayor de su época, repartido por los cinco continentes. Casi toda América, desde Oregón hasta la Tierra de Fuego, las Filipinas en Asia, prácticamente todas las islas, islotes, atolones y arrecifes del océano Pacífico y un pellizco de África, con Guinea a su cabeza. Un siglo después, Inglaterra igualaría a duras penas tal extensión territorial, aunque, eso sí, con ferrocarriles, barcos de vapor y el doctor Livingstone.

Napoleón sabía lo que se jugaba. Austria y Prusia le habían dado el dominio de Europa; España y Rusia le darían el del mundo. Inglaterra no resistiría por mucho tiempo. Se tragó lo que había dicho años antes, que para conquistar España no le harían falta "más allá de 12.000 soldados", y puso toda la carne en el asador. Se trasladó en persona a dirigir las operaciones, sin olvidar traer consigo 300.000 soldados y la plana mayor del Imperio: Soult, Victor, Ney y Lefèbvre, mariscales laureados en Austerlitz o en Jena que aprendieron aquí un nuevo e inquietante vocablo: guerrilla.